sábado, 6 de febrero de 2010

ES SOLO NOCHE

Siento sobre las chapas del techo de mi casa, como un golpeteo constante, y sin percibirlo, sentir correr el agua por ellas. Estoy en mi escritorio, leyendo algunos prólogos de libros de Galeano, y me encuentro mirando de tanto en tanto, diría como al descuido por la ventana, veo la gente presurosa, sus figuras gachas, encorvada, como escondiendo el alma a tanto frío.
Pero el agua y el viento penetra como hasta la huesos, un hombre pasa con su con su rostro mojado, y un niño se toma fuerte de la mano de su madre como para sentir el calor, y allí siguen mojados.
Yo vuelvo a mi rutina, de leer mis apuntes corregir mis faltas, recrearme en aquellos que me hacen vivir y transportarme vaya a saber a que parte.
Es solo esta noche, posiblemente mañana cambie. Me gusta escuchar llover y repiquetear en las chapas.Si estoy recostado en mi cama me cubro el cuerpo y digo, es una noche buena, para estar acostado.

viernes, 15 de enero de 2010

Fragmentos de “Bocas del tiempo”

Fragmentos de “Bocas del tiempo”, el último libro de EDUARDO GALEANO

El diario La Jornada de México, publicó un adelanto del nuevo libro del autor de Las Venas Abiertas de América Latina y aquí reproducimos una parte de esos textos.

Las trampas del tiempo

SENTADA DE cuclillas en la cama, ella lo miró largamente, le recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies, como estudiándole las pecas y los poros, y dijo:
-Lo único que te cambiaría es el domicilio.

Y desde entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se divertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y cocinaban inventando y dormían anudados.
Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como era. Como era cualquiera de las que ella era, cada una con su propia gracia y poderío, porque esa mujer tenía la asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.
Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere devolverle nada más que ese cuerpo helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que fue.

La flauta mágica

ANDABA POR las calles el médico sanador de los instrumentos que habían perdido el corte o el recorte.
El pie del afilador hacía girar la rueda de esmeril, que arrancaba una lluvia de chispas a las hojas de cuchillos, navajas y tijeras. Los chiquilines del barrio, un enjambre de admiradores, éramos el público del espectáculo.
Como el organito anunciaba al barquillero, la flauta era el pregón del afilador.
Los vecinos decían que si uno estaba pensando en algo y escuchaba el son de esa flauta, cambiaba de opinión en el acto.
Ya casi no quedan afiladores en las calles de las ciudades, ya sus flautas no se meten por las ventanas. Otros sones suenan, músicas del miedo, y mucha es la gente que cambia de opinión en un instante.

La canción

PRAGA ESTABA muda.
En la esquina donde la calle Celetná se abre a la gran plaza de la Ciudad Vieja, una voz rompió, de pronto, el silencio de la noche.
Desde su silla de inválida, clavada en el empedrado, una mujer cantó.
Yo nunca había escuchado una voz tan bella y tan rara, voz de otro mundo, y me pellizqué el brazo. ¿Estaba dormido? ¿En qué mundo estaba?
Me contestaron unos muchachos, que aparecieron a mis espaldas: se burlaron de la paralítica cantora, la imitaron riendo a carcajadas, y ella se calló.


La mar

RAFAEL ALBERTI ya llevaba casi un siglo en el mundo, pero estaba contemplando la bahía de Cádiz como si fuera la primera vez.
Desde una terraza, echado al sol, perseguía el vuelo sin apuro de las gaviotas y de los veleros, la brisa azul, el ir y venir de la espuma en el agua y en el aire.
Y se volvió hacia Marcos Ana, que callaba a su lado, y apretándole el brazo dijo, como si nunca lo hubiera sabido, como si recién se enterara:
-Qué corta es la vida.



Los juegos del tiempo

DIZQUEDICEN QUE había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha.
Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros.
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó.
El se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía plantado ante el cuadro.
Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.

El colibrí

EN ALGUNOS caseríos perdidos en los Andes, los memoriosos se acuerdan de cuando el cielo estaba montado sobre el mundo.
Teníamos al cielo tan encima que la gente caminaba agachada, y no podía enderezarse sin darse un cocazo. Las aves se echaban a volar y en el primer aleteo se chocaban contra el techo. El águila y el cóndor arremetían con todos sus ímpetus, pero el cielo no se daba por enterado.
El tiempo del aplastamiento del mundo terminó cuando un relampaguito bailandero se abrió paso en el poco aire que había. El colibrí pinchó el culo del cielo con su pico de aguja y a los pinchazos lo obligó a subir y a subir y a subir hasta las alturas donde ahora está.
El águila y el cóndor, aves poderosas, simbolizan la fuerza y el vuelo. Pero fue el más chiquito de los pájaros quien liberó a la tierra del peso del cielo.